domingo, 2 de diciembre de 2012

El misterio resuelto del sabor de la limonada


Azúcar, agua, limón y una pizca de sal. Esta es la receta para quitar la sed después de haber engullido la tarta que os habéis zampado en un periquete, golosos, so glotones. Cuando terminéis de beber la limonada, os contaré un cuento, pero no uno cualquiera, sino un cuento de la vida de vuestro padre, que como sabéis participó en la Gran Guerra. Una guerra donde no había de nada, por no haber no había ni azúcar, ni agua, ni limón, y la sal se comía a puñaos, cuando apretaba el hambre.

- !Déjate de rollos, siempre estás con lo mismo! - le contestó Pedro a su madre, limpiándose la comisura de los labios.
- Pues a mí, no me ha quitado la sed- dijo Jorge, el más pequeño.

- Está bien, hagamos un experimento: pongamos en esta ventana dos vasos. Vertemos en uno vuestra querida Coca-Cola y en el otro echamos el azúcar morena, la pizca de sal, el zumo de un limón recién exprimido y agua Solán de Cabras.

Los niños aceptaron y saltaban nerviosos con la lengua medio fuera cuando cayó la Coca-Cola sobre el cristal del vaso, la efervescencia de la vida subía hacia el borde del vaso largo.
Sin embargo, un silencio de saliva llenó la habitación cuando la madre comenzó a agitar en círculos con la cuchara el azúcar, la sal, el agua y el zumo de limón. Aquella ebullición de la pulpa dorada al trasluz transmitió el poder de la magia en aquellos dos pequeños, que a partir de entonces, decidieron merendar con la bebida casera hecha por ellos mismos, porque después de todo tenían la gran suerte de que la gran guerra habitaba lejos, muy lejos y comparativamente vivían en el reino de la abundancia.



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